a varios de nosotros con motivo de los 25 años de la Educación Permanente.
http://telefonica.net/web2/pcmj/mqc/sonido/player_mp3.swf
http://telefonica.net/web2/pcmj/mqc/sonido/Radio25anos.mp3
Leer más...El pasado, presente y futuro de la Educación Permanente en Andalucía.
http://telefonica.net/web2/pcmj/mqc/sonido/player_mp3.swf
http://telefonica.net/web2/pcmj/mqc/sonido/Radio25anos.mp3
Leer más...Buen apetito. Que os aproveche.
Saludos. Paco Córdoba
Leer más...
Paco Córdoba. C.E.PER. "Medina Bahiga" de Priego de Córdoba
Cae oportunamente por estas fechas en mis manos una definición de la Comisión
Europea de Educación: "el Aprendizaje Permanente es toda actividad de
aprendizaje útil, realizado de manera continua, con objeto de mejorar la
cualificación, los conocimientos y las capacidades, potenciando así el
desarrollo pleno de las personas".
Ante este 25 Aniversario, muchos maestros que trabajamos en la enseñanza con
personas adultas, la actualmente denominada Educación Permanente, siempre
hemos pensado que además el aprendizaje debe de ser un proceso reflexión
crítica pues solo así las personas podrán asumir con dignidad las exigencias
de su libertad individual y su responsabilidad colectiva. Y esto era asumido
por la Ley de Educación de Adultos de Andalucía. Y debe –debería- de estar aún
más vigente en esta época de crisis por la que atravesamos.
¿Qué currículo? ¿Qué propuesta cultural complementaria y adaptada hacer desde
los CEPER para que nuestros alumnos vivan en la sociedad del siglo XXI,
dispersa, globalizada y desorientada? El profesor José Gimeno Sacristán
señalaba que "Educación es conocer, pero debe de implicar también reflexión
sobre la propia cultura, sobre la cultura necesaria para vivir "con otros" y
que cumpla el papel de construir vínculos sociales en un contexto
multicultural". Y en esto –añado yo- el papel de los Centros de Educación
Permanente es vital.
Nuestra programación didáctica en los CEPER surgió bajo un enfoque
globalizador en consonancia con aquella Orden de 10 de agosto de 2007, por la
que se regulaba el Plan Educativo de Formación Básica para Personas Adultas.
Dicha orden recoge los diferentes ámbitos de Educación Permanente
"Comunicación, Tecnológico y Social" que deben organizarse teniendo en cuenta
el enfoque globalizador e integrador que caracteriza a dicha educación.
La programación y las Unidades Didácticas, antes y ahora, como cualquier
planteamiento, metodológico, aún deben tener un carácter globalizado e
integrado atendiendo a las características propias del pensamiento. Este
enfoque consiste en organizar los Contenidos atendiendo a la naturaleza del
pensamiento y de la realidad, ambas entendidas de forma globalizada. También
es una manera de enseñar conectada a un modelo educativo constructivista que
defiende, como principio básico la idea del aprendizaje significativo. Para
que el aprendizaje sea significativo deberá establecerse una conexión entre
nuevo conocimiento y lo ya adquirido por parte del alumnado, amén de tener en
cuenta su realidad.
El enfoque globalizado posibilita que las Unidades Didácticas se planteen en
clave de: división del currículo en materias; que las actividades tengan
sentido y significado completo; potencia el aprender a aprender. posibilita la
variedad y flexibilidad organizativa; permite aún plantear un proceso de
enseñanza-aprendizaje basándose en: Centros de Interés, Proyectos de Trabajo,
Metodologías investigativas, etc.
Entre las finalidades y objetivos generales (del ámbito de Comunicación por
ej.) está entre otros el desarrollar una competencia comunicativa eficaz
efectuando un análisis crítico de la realidad próxima a la vez de fomentar
actitudes positivas hacia la lectura para comprender que existen diferentes
razones (históricas, sociales, culturales, geográficas, etc.) que explican la
diversidad de los grupos humanos y que hay que fomentar actitudes que
desarrollen la necesidad de solucionar conflictos.
Y es que creo que la Educación Permanente, tras 25 años y la necesidad
indiscutible de adaptarse a los tiempos para poder afrontar nuevos retos
-legislaciones aparte- debe de seguir siendo socialmente comprometida y
crítica. Y para que ello así sea, en gran parte y más que nunca, eso está en
manos del profesorado. Entiendo que nuestros Centros de Educación Permanente,
a pesar de los cambios que los encorsetan, aún deben de ser también focos
dinamizadores socio-culturales de nuestros barrios y pueblos, como lo fueron
en los primeros tiempos: promotores de asociaciones de vecinos o culturales,
cine-clubs, conferencias, etc. e incluso comprometidos con su entorno. A buen
entendedor sobran palabras. Todo lo demás será convertirlos de aquí a poco en
meras academias nocturnas y a nosotros los maestros en expendedores de
títulos.
No quisiera dejar pasar la oportunidad al escribir estas líneas y, cambiando a
otro tema más personal, -desencuentros ideológicos aparte, que seguramente
tocarán mejor que yo otros compañeros-de escribir sobre los sentimientos que
en mí provocan este aniversario.
Ahora también me doy cuenta que cumplo por estas fechas los 25 años de trabajo
en la enseñanza, junto a muchos compañeros/as de la hoy llamada Educación
Permanente. Debo estar haciéndome mayor y, no es que sea yo muy proclive a
festejar supuestos hitos que tienen más que ver con la magia y el simbolismo
de los números pero, en estos días, me descubro -sin querer- haciendo un
recuento de lo que para mí ha significado dedicarme a esta tarea en vez de
tener un profesión distinta. Y entre algunos sinsabores constato que lo que
más recuerdo en Educación Permanente son instantes llenos de emociones. De
emociones hasta las lágrimas.
Entre niveles por los que he pasado, que han sido todos -¡y quién no!- no ha
habido ninguno como el de la Alfabetización pura, aquella de los primeros
tiempos. Para mí no ha habido nada más gratificante de ayudar a una persona a
desentrañar los signos para aprender a leer. Y he vivido instantes
inolvidables.
Recuerdo algún hombre que, tras animarle a leer su primer párrafo completo,
descubría con asombro que lo había entendido y, emocionado, simplemente me
apretaba el brazo y no podía hablar. Pero lo que más me impresionaba eran las
lágrimas de las mujeres que, dando rienda suelta a sus emociones, rompían a
llorar sin remedio y a moco tendido por haber leído por vez primera una simple
frase ("Paco: ¿de verdad dice eso? No me engañes."). Yo tenía que hacer
verdaderos esfuerzos porque no se me saltaran las mías y, aún hoy, pasado
tanto tiempo, me emociono tan solo con recordarlo.
Mujeres y hombres de mis primeros destinos. En especial mujeres del entonces
marginal barrio de Las Costanillas de Córdoba; o los escasos hombres de
Villanueva en el Valle de Los Pedroches; o las inolvidables alumnas del
pueblecito de Castil de Campos promotoras de tantas cosas; o los admirables
alumnos inmigrantes en Priego en La Subbética. Algunos/as ya no están entre
nosotros, pero de todos ellos aún soy capaz de recitar sus nombres y recordar
que, contra viento y marea –incluida la familia y vecinos- buscaron un hueco
para aprender.
Lágrimas también hubo de quien lloraba de rabia y miedo porque no le dejaba su
marido ir a clase. Escenas también de rebeldía cuando el chulo e ignorante
del marido tenía la cara de aporrear la puerta de la clase exigiendo que
saliera su asustada esposa porque había llegado a casa y no estaba la cena.
("Si tienes h… entra" –le respondían sus compañeras). Lágrimas de más de un
maltrato encubierto. Lágrimas de mujeres en especial, inmigrantes, cuando sus
maridos las retiraban de clase porque descubrían que había en ellas otros
hombres. Lágrimas amargas y en soledad, también, de este maestro ante más de
un abandono por causas que intuía inconfesables. Y admiración, angustia y
culpabilidad de vuelta a casa también, ante otros alumnos inmigrantes sin
techo, llegados en pateras o en contenedores y que sin embargo no faltaban
nunca a clase por la noche tras horas de duro trabajo…
Ya lo dije más arriba: me descubro haciendo un recuento de estos 25 años de
Educación de Adultos. Y, sensiblerías aparte, me emociono. Debe ser que los
intensos 25 años pasados en Educación Permanente, con sus luces y sus sombras,
no han sido poca cosa o que me estoy haciendo mayor. Pensándolo bien, me temo
que ambas cosas.
Antonio Bujalance Cantero. C.E.PER. "Manuela Díaz Cabezas". Córdoba.
De acuerdo con los datos que difundieron los medios de comunicación con motivo del pasado Día Mundial de la Alfabetización, si la memoria no me falla, alrededor de 1.000.000 de personas mayores de 18 años (dos tercios de las cuales eran mujeres) eran analfabetas, lo que representaba en torno a un 3 ó 4% de la población de esa edad. Estos datos se desprendían del último censo de población, pero se produjeron manifestaciones de carácter similar por parte de las autoridades educativas, afirmando que el analfabetismo se había situado en España, como en el resto de Europa, en índices puramente residuales.Resulta preocupante a estas alturas que la sociedad e incluso la propia comunidad educativa siga considerando el analfabetismo como una tara, ya prácticamente superada, del pasado y, por tanto, también a la Educación de Adultos como una compensatoria de éste; lo cual implica la idea de que las desigualdades que produjeron la sociedad y el propia sistema escolar ya no se producen o que sus últimos efectos remiten como consecuencia de la superación de la situación sociopolítica que generaba éstas. Este análisis, aún cuando tiene elementos acertados, es claramente insuficiente; porque la desigualdad cultural de la población adulta, hoy, en mayor medida que ayer, es más sinónimo de desigualdad social; sin un nivel educativo básico, y el nivel educativo básico será cada vez más complejo, los adultos van a ser marginados de la vida social.
Antes de 1971, en que entra en vigor la Ley General de Educación, la titulación obligatoria era el equivalente al actual ciclo de primaria (12 años). Se consideraba que se estaba cualificado para ser competente en aquella sociedad con las denominadas "cuatro reglas". A partir de esa fecha, con la implantación de la EGB, muchas personas dejaron de tener la titulación obligatoria y, así, bastantes de las que acudían a nuestros Centros en las décadas de los ochenta y noventa del pasado siglo, eran personas que poseían esa titulación básica antes de 1971 y que con la Ley General de Educación dejaron de poseerla. Según el censo del INE de 1981, casi 11.000.000 de españoles mayores de 15 años no tenían entonces la titulación obligatoria (38,72%). Después de la aplicación de la LOGSE, con la implantación de una nueva titulación, en el año 2.000, alrededor del 46% de la población adulta quedaba por debajo del listón educativo básico. Y aproximadamente un tercio de los jóvenes que cursan la ESO cada año no logra obtener esa titulación, uno de los índices de fracaso más elevados de Europa.
Si estos datos ya son bastante contundentes, hasta ahora sólo hemos hablado de educación formal, de acceso a una titulación. Pero además coexiste en las sociedades occidentales otro tipo de analfabetismo, si cabe, más peligroso que el estrictamente formal, el cual está en relación con los contenidos culturales de tipo funcional que un individuo debe saber procesar para ser competente en una sociedad de creciente complejidad como es la nuestra. Hoy, el sentido de alfabetización, entendido sólo en un sentido letrado, es claramente insuficiente. Una sociedad inserta en un sistema social y productivo de corte occidental, muy tecnificado, no puede seguir definiendo el analfabetismo con los mismos parámetros del siglo XIX. Para la UNESCO, el analfabetismo se define como la incapacidad para valerse de la lectura, y menos aún de la escritura, en las relaciones sociales ordinarias y singularmente en las de trabajo. Si nos atenemos a esta definición el analfabetismo poco tiene que ver con saber o no firmar o incluso con la posesión de determinados diplomas académicos. En España no se han realizado todavía estudios rigurosos que permitan hacer un diagnóstico fidedigno del alcance del analfabetismo funcional. De las únicas investigaciones rigurosas que se han efectuado en países como EEUU, Canadá o Inglaterra, podemos concluir que estamos asistiendo a un agravamiento de los aprendizajes funcionales en todo el área occidental. Uno de estos estudios, referido a EEUU, recogía estos datos:
"Entregándoles un recibo y las instrucciones que registran las deducciones habituales, el 26% de adultos americanos no puede determinar si su recibo es correcto. El 26%, al darles un impreso no puede colocar el número correcto de exenciones en su lugar exacto. El 44%, cuando se les entrega una serie de anuncios laborales, no puede equiparar sus cualificaciones a los requerimientos de la ocupación. El 22% no sabe poner las señas en una carta lo suficientemente bien como para garantizar que llegará a su destino. El 20% no puede entender una declaración de igualdad de oportunidades". (1)
Podríamos pensar que estos porcentajes corresponden a personas de raza negra, hispanos o gente de mucha edad. Pero otro informe similar a éste indica:
"El aspecto más preocupante, sin embargo, fue la actuación de la gente de 15 a 24 años. Ellos generalmente lo hicieron peor que los grupos de más edad, aparte de las preguntas sobre la cuenta de la cómida rápida y el horario de trenes, donde fueron mejores que los mayores". (1)
Este agravamiento de los aprendizajes funcionales viene determinado por el hecho de que las sociedades occidentales son cada vez más complejas, y ya no sólo son incompetentes los individuos que no han ido a la escuela, sino también muchos de los que fueron.
La educación para adultos puede ser un instrumento eficaz en la lucha contra la desigualdad cultural, que también es social. Pero hay que estar atentos ante actuaciones que no van a contribuir a cambiar la situación de desigualdad, sino que por el contrario contribuirán a reforzarla, a convertir sus actuaciones en un gueto para marginalidades. Se puede citar como ejemplo algunas actuaciones en el ámbito de la Formación Ocupacional, que florecieron como hongos al amparo de los fondos europeos y que en ocasiones eran más entretener a los parados que formarles en habilidades funcionales desde el punto de vista del acceso al trabajo.
Por el contrario, la educación para adultos debe ser transformadora de desigualdades, con una organización flexible en función de la población a la que atiende, basada en una concepción de Educación Permanente que permita la incorporación de todos los ciudadanos a los distintos tramos educativos, cualquiera que sea su edad, y, singularmente, que posibilite el acceso a la titulación obligatoria al elevado número de ciudadanos que no la posee. Pienso que este último aspecto no lo cumple adecuadamente la actual oferta educativa que hay en los CE.PER (Centros de Educación Permanente). Antes de la entrada en vigor de la nueva titulación obligatoria (ESO) existían más de 600 Centros de Educación de Adultos repartidos por todo el territorio andaluz, donde se podía obtener la Titulación entonces obligatoria (el graduado escolar). Por tanto, la oferta para que los adultos puedan obtener la que es la titulación básica actual se ha mermado drásticamente; y además hemos pasado, en buena medida, de un sistema presencial y de evaluación continua a otro tutorial y de prueba final. Por tanto, en mi opinión, el nuevo planteamiento que la Consejería propone, no supone ningún incremento de la oferta educativa para adultos o de "educación permanente", como a menudo afirma la propia administración educativa, sino su reducción, sobre todo en lo referente a la obtención de la Titulación obligatoria. La oferta a distancia o tutorizada sólo debería ser un complemento, no la base de ésta. Y así, la red de 600 Centros de Educación Permanente que existen en Andalucía no contribuyen como debieran el objetivo de facilitar la obtención de la titulación básica a las personas que no la tienen, porque su perfil sigue siendo el de Centros de primaria con actuaciones fronterizas (en el sentido de equilibrios en el alambre) en los planes de Secundaria.
Al mismo tiempo, la Administración deberá potenciar la Educación Primaria y la revalorización docente de este tramo educativo fundamental. Porque si fallan los cimientos en la educación de los niños que hoy acuden a estos Centros, el problema que hemos situado a lo largo de este artículo, con el tiempo, tenderá a empeorar.
Ramón Flecha, "La nueva desigualdad cultural". Editorial El Roure. Barcelona.