domingo, 26 de abril de 2009

ANALFABETISMO POSINDUSTRIAL

Antonio Bujalance Cantero. C.E.PER. "Manuela Díaz Cabezas". Córdoba.

De acuerdo con los datos que difundieron los medios de comunicación con motivo del pasado Día Mundial de la Alfabetización, si la memoria no me falla, alrededor de 1.000.000 de personas mayores de 18 años (dos tercios de las cuales eran mujeres) eran analfabetas, lo que representaba en torno a un 3 ó 4% de la población de esa edad. Estos datos se desprendían del último censo de población, pero se produjeron manifestaciones de carácter similar por parte de las autoridades educativas, afirmando que el analfabetismo se había situado en España, como en el resto de Europa, en índices puramente residuales.

Resulta preocupante a estas alturas que la sociedad e incluso la propia comunidad educativa siga considerando el analfabetismo como una tara, ya prácticamente superada, del pasado y, por tanto, también a la Educación de Adultos como una compensatoria de éste; lo cual implica la idea de que las desigualdades que produjeron la sociedad y el propia sistema escolar ya no se producen o que sus últimos efectos remiten como consecuencia de la superación de la situación sociopolítica que generaba éstas. Este análisis, aún cuando tiene elementos acertados, es claramente insuficiente; porque la desigualdad cultural de la población adulta, hoy, en mayor medida que ayer, es más sinónimo de desigualdad social; sin un nivel educativo básico, y el nivel educativo básico será cada vez más complejo, los adultos van a ser marginados de la vida social.


Antes de 1971, en que entra en vigor la Ley General de Educación, la titulación obligatoria era el equivalente al actual ciclo de primaria (12 años). Se consideraba que se estaba cualificado para ser competente en aquella sociedad con las denominadas "cuatro reglas". A partir de esa fecha, con la implantación de la EGB, muchas personas dejaron de tener la titulación obligatoria y, así, bastantes de las que acudían a nuestros Centros en las décadas de los ochenta y noventa del pasado siglo, eran personas que poseían esa titulación básica antes de 1971 y que con la Ley General de Educación dejaron de poseerla. Según el censo del INE de 1981, casi 11.000.000 de españoles mayores de 15 años no tenían entonces la titulación obligatoria (38,72%). Después de la aplicación de la LOGSE, con la implantación de una nueva titulación, en el año 2.000, alrededor del 46% de la población adulta quedaba por debajo del listón educativo básico. Y aproximadamente un tercio de los jóvenes que cursan la ESO cada año no logra obtener esa titulación, uno de los índices de fracaso más elevados de Europa.

Si estos datos ya son bastante contundentes, hasta ahora sólo hemos hablado de educación formal, de acceso a una titulación. Pero además coexiste en las sociedades occidentales otro tipo de analfabetismo, si cabe, más peligroso que el estrictamente formal, el cual está en relación con los contenidos culturales de tipo funcional que un individuo debe saber procesar para ser competente en una sociedad de creciente complejidad como es la nuestra. Hoy, el sentido de alfabetización, entendido sólo en un sentido letrado, es claramente insuficiente. Una sociedad inserta en un sistema social y productivo de corte occidental, muy tecnificado, no puede seguir definiendo el analfabetismo con los mismos parámetros del siglo XIX. Para la UNESCO, el analfabetismo se define como la incapacidad para valerse de la lectura, y menos aún de la escritura, en las relaciones sociales ordinarias y singularmente en las de trabajo. Si nos atenemos a esta definición el analfabetismo poco tiene que ver con saber o no firmar o incluso con la posesión de determinados diplomas académicos. En España no se han realizado todavía estudios rigurosos que permitan hacer un diagnóstico fidedigno del alcance del analfabetismo funcional. De las únicas investigaciones rigurosas que se han efectuado en países como EEUU, Canadá o Inglaterra, podemos concluir que estamos asistiendo a un agravamiento de los aprendizajes funcionales en todo el área occidental. Uno de estos estudios, referido a EEUU, recogía estos datos:

"Entregándoles un recibo y las instrucciones que registran las deducciones habituales, el 26% de adultos americanos no puede determinar si su recibo es correcto. El 26%, al darles un impreso no puede colocar el número correcto de exenciones en su lugar exacto. El 44%, cuando se les entrega una serie de anuncios laborales, no puede equiparar sus cualificaciones a los requerimientos de la ocupación. El 22% no sabe poner las señas en una carta lo suficientemente bien como para garantizar que llegará a su destino. El 20% no puede entender una declaración de igualdad de oportunidades". (1)

Podríamos pensar que estos porcentajes corresponden a personas de raza negra, hispanos o gente de mucha edad. Pero otro informe similar a éste indica:

"El aspecto más preocupante, sin embargo, fue la actuación de la gente de 15 a 24 años. Ellos generalmente lo hicieron peor que los grupos de más edad, aparte de las preguntas sobre la cuenta de la cómida rápida y el horario de trenes, donde fueron mejores que los mayores". (1)

Este agravamiento de los aprendizajes funcionales viene determinado por el hecho de que las sociedades occidentales son cada vez más complejas, y ya no sólo son incompetentes los individuos que no han ido a la escuela, sino también muchos de los que fueron.

La educación para adultos puede ser un instrumento eficaz en la lucha contra la desigualdad cultural, que también es social. Pero hay que estar atentos ante actuaciones que no van a contribuir a cambiar la situación de desigualdad, sino que por el contrario contribuirán a reforzarla, a convertir sus actuaciones en un gueto para marginalidades. Se puede citar como ejemplo algunas actuaciones en el ámbito de la Formación Ocupacional, que florecieron como hongos al amparo de los fondos europeos y que en ocasiones eran más entretener a los parados que formarles en habilidades funcionales desde el punto de vista del acceso al trabajo.

Por el contrario, la educación para adultos debe ser transformadora de desigualdades, con una organización flexible en función de la población a la que atiende, basada en una concepción de Educación Permanente que permita la incorporación de todos los ciudadanos a los distintos tramos educativos, cualquiera que sea su edad, y, singularmente, que posibilite el acceso a la titulación obligatoria al elevado número de ciudadanos que no la posee. Pienso que este último aspecto no lo cumple adecuadamente la actual oferta educativa que hay en los CE.PER (Centros de Educación Permanente). Antes de la entrada en vigor de la nueva titulación obligatoria (ESO) existían más de 600 Centros de Educación de Adultos repartidos por todo el territorio andaluz, donde se podía obtener la Titulación entonces obligatoria (el graduado escolar). Por tanto, la oferta para que los adultos puedan obtener la que es la titulación básica actual se ha mermado drásticamente; y además hemos pasado, en buena medida, de un sistema presencial y de evaluación continua a otro tutorial y de prueba final. Por tanto, en mi opinión, el nuevo planteamiento que la Consejería propone, no supone ningún incremento de la oferta educativa para adultos o de "educación permanente", como a menudo afirma la propia administración educativa, sino su reducción, sobre todo en lo referente a la obtención de la Titulación obligatoria. La oferta a distancia o tutorizada sólo debería ser un complemento, no la base de ésta. Y así, la red de 600 Centros de Educación Permanente que existen en Andalucía no contribuyen como debieran el objetivo de facilitar la obtención de la titulación básica a las personas que no la tienen, porque su perfil sigue siendo el de Centros de primaria con actuaciones fronterizas (en el sentido de equilibrios en el alambre) en los planes de Secundaria.

Al mismo tiempo, la Administración deberá potenciar la Educación Primaria y la revalorización docente de este tramo educativo fundamental. Porque si fallan los cimientos en la educación de los niños que hoy acuden a estos Centros, el problema que hemos situado a lo largo de este artículo, con el tiempo, tenderá a empeorar.

  1. Ramón Flecha, "La nueva desigualdad cultural". Editorial El Roure. Barcelona.

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